Desde hace algunos años se viene escuchando, cada vez con más fuerza, que el mundo, las empresas, y las personas deben adaptarse al cambio: a la revolución digital, al cambio climático, a la transición demográfica y a los nuevos esquemas sociales.

Mientras las ciudades se expanden, crecen y se consolidan, llevándose la mayor parte de la atención y los recursos de los gobiernos, algunas regiones parecieran alejarse más, mostrando un claro contraste entre realidades que avanzan y las que permanecen como si el tiempo estuviera detenido. Es el caso de regiones como La Guajira, Chocó, Guainía y Guaviare, donde la vida transcurre entre la exclusión, la inequidad y la pobreza.

Existen múltiples voces hablando por estas regiones, reclamando atención por el abandono al que han estado sometidas. Son voces que se resisten a creer que la condición de regiones apartadas sea la culpable de la falta de acceso a mecanismos de protección y satisfacción en salud, educación y saneamiento.

Es cierto que tales carencias son producto de un fenómeno multicausal, es decir, existen múltiples fuentes de generación de exclusión: pobreza, discriminación étnico-cultural y restricciones en la oferta de servicios, entre otros, que interactúan produciendo diferentes niveles o intensidades de exclusión en la población de un país. Pero también es cierto que la presencia de los diferentes grupos al margen de la ley ha sido un agravante a este fenómeno.

Esta combinación de factores ha puesto al desnudo la incapacidad de los gobiernos de poder atender a estas poblaciones de manera adecuada, que aun cuando son estratégicas desde el punto de vista geopolítico por sus condiciones limítrofes, la poca accesibilidad y conectividad son una barrera de entrada a estos lugares.

Esto obstáculos son los que aparecen con la dispersión poblacional, la distancia a los centros poblados, la precariedad en las vías de comunicación o los altos costos de transporte y que tiene como resultado las inequidades en los resultados en salud.

Con la construcción de territorios de paz y el monopolio de las armas que viene adelantando el gobierno Santos, comienzan a despejarse las barreras asociadas al conflicto armado.

Lo que no vamos a poder cambiar es la estructura del mapa. Estas regiones son y seguirán siendo dispersas y alejadas, pero podemos decidir que no sigan siendo excluidas.

Por eso, para lograr el acceso a los servicios de salud en las zonas dispersas, el Ministerio de Salud ha instaurado lo que ha denominado “una pequeña revolución del sistema” para llevar la salud a las regiones más apartadas, revolución que inició en el Guainía desde el primero de mayo de este año, y es todo un privilegio para el sector salud, dentro de los demás sectores, ser uno de los pioneros en poder acercar servicios básicos a estas comunidades.

Este mecanismo de adaptación tiene muchos desafíos, pues los componentes más fuertes y determinantes para el éxito, que debe verse traducido en mejores resultados en salud, tienen que ver por un lado con la cultura, dado que el 97% de la población es indígena.

Un solo indicador en materia de salud sirve para ilustrar lo lejos que se encuentran estos territorios de los grandes centros poblados del país.

La tasa de mortalidad infantil en el año 2013 en Colombia fue de 11,54 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, sin embargo en Vaupés, Guainía, Vichada, Chocó, Amazonas y La Guajira, continuaban con tasas por encima de 20 muertes de menores de un año por 1.000 nacidos vivos. Mientras Antioquia en el año 2013 lograba una tasa de mortalidad infantil de 10,83, el indicador para Guainía era de 33,61.

La responsabilidad del Gobierno es tan grande como las expectativas de todo un país, que ha puesto los ojos en una respuesta innovadora a esta región y que puede ser la esperanza para las otras zonas apartadas, para disminuir la mortalidad, incrementar los esquemas de vacunación, proteger la salud materno-infantil, prevenir los embarazos en adolescentes, ponerles frente a la malaria y a la tuberculosis, por mencionar algunos de los indicadores.

Este reto se acompaña de la eficiencia en la operación, pues todo esto debe ser posible con unos recursos que son escasos.

Por esa razón, gestionar el riesgo de enfermar y morir es la clave, toda vez que la financiación debe lograr abarcar las actividades propias de la prevención y promoción, así como la asistencia de enfermedades transmisibles y crónicas.

Lo revolucionario de la estrategia está en poder combinar la medicina ancestral-tradicional con la medicina convencional, a través de modelos creativos como telemedicina y grupos extramurales que se desplazarían en unidades móviles fluviales, interviniendo de manera lo suficientemente resolutiva, que pueda permitir hacer diagnósticos ágiles y precisos sin necesidad de desplazar a las personas hasta el único hospital existente.

Este modelo supone un componente muy fuerte de la medicina familiar y comunitaria, enfocada siempre en identificar la necesidad en salud o el riesgo de enfermar.

Por eso, tanto la población como Coosalud, tendrán el privilegio de adaptarse a unas condiciones que no van a cambiar, y que tienen que ponerse a favor como oportunidades, para demostrar que sí es posible generar bienestar en zonas dispersas, buscando mecanismos de adaptación para aquellas situaciones resistentes al cambio.

Jaime González Montaño,
Gerente General de Coosalud EPS
@JaimeGonzalezM

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